Añorando la plazoleta
Por: Juan Pablo Estrada.
Profesor de la Universidad Externado de Colombia.
En enero del que sería un trágico 1989 llegué al Externado. Una buseta Olaya Quiroga me descargó a la altura de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Como los malos taxistas estaba en el barrio, pero no en la dirección. No era mi primera vez. Ya había estado para la entrevista, un sábado de poco movimiento en la U. Los cerros y La Salle ayudaron a ubicar a este calentano. Subí por la Calle 12 a paso veloz y ansioso, como lo sigo haciendo cada vez que tengo oportunidad, y entré por la rampa que arrancaba en la oficina de Filemón en Bienestar Universitario y bordeaba el parqueadero, subí luego las escaleras de piedra entre frondosos jardines, las mismas que uso hoy para llegar a los sótanos del Bloque E, que reemplazó el parqueadero, y salí a la que hoy en los mapas del Campus identifican como la Plazoleta Sur. En ese entonces La Plazoleta, a secas.
Estaba vacía y silenciosa. Los primiparos se guarecían del frio en los corredores del Bloque D, para entonces era el más nuevo y moderno de los edificios, esperando el saludo de bienvenida del Rector. Toda esa semana sus escalinatas estuvieron libres. Los imberbes provincianos y los rolos debutantes en la cuna del liberalismo radical desconocían la tradición. Ignorábamos todos que, así como en la antigua Atenas tuvieron su Ágora y la Roma de nuestros juristas tuvo El Foro, los Externadistas tenían La Plazoleta.
Una semana después el lugar hervía. Era el epicentro de la vida universitaria y para muchos, sobretodo esos que tuvieron tránsito fugaz por nuestra casa de estudios, bien por falta de vocación o de la disciplina que escaseaba a los 16 años, el único lugar que valía la pena. Había quienes tenían puesto fijo, sobre todo los vendedores de sándwiches, cigarrillos y mecato, que suplían las deficiencias de la única cafetería. La tertulia sobre política, música, fútbol, ciclismo, chismes menores, moda, novelas, etc., ocupaba las mañanas. Para algunos sólo en los “huecos”, para otros desde las 7 a.m. hasta las casi 2 p.m. en jornada continua. Allí oímos memorables discursos de nuestros maestros, tuvimos de cerca Presidentes, Ministros, altos funcionarios y candidatos presidenciales. Los viernes en las jornadas culturales en ese lugar fuimos testigos de nacimiento de talentos que luego trascendieron y enorgullecieron a nuestro Externado. Hicimos levantes y tacamos burro. Pero lo más importante, debatíamos de frente y sin tapujos, acerca de la Universidad, de nuestra Universidad. Allí se criticaban decisiones, se cocinaban candidaturas de los estudiantes que aspiraban al Consejo Directivo. Se daba cuenta de profesores mediocres y se saludaba con respeto a los maestros, se medía la temperatura de todos los temas que interesaban al estudiantado.
En sus escalinatas se acordó apoyar la séptima papeleta, muchas veces salir a marchar, pedir un cambio de profesor o “pedir cita en rectoría” para tramitar alguna queja. También era, como no, la cuna del matoneo. Las silbatinas por simplemente tener la osadía de atravesar por el centro eran tradición. Si se quiere tonta, de mal gusto y odiosa, pero tradición.
Hoy, cuando recorro nuestro Externado advierto que, a pesar de tener tan impresionante infraestructura, porque sin entrar a reparar en sí los nuevos bloques I y H estuvieron sobreestimados o son subutilizados o han generado una duplicidad de costos nada fácil para las finanzas de la U, sería necio desconocer que pocas universidades en el mundo tienen sedes tan confortables, reparo en que ya no hay un lugar como La Plazoleta, aun cuando haya varias en los mapas. Veo movimiento en frente del Auditorio Principal o por los lados del Oma, pero nunca nada comparable a lo que he descrito en estas líneas.
Me pregunto entonces si la ausencia de ese espacio físico que aglutinaba el Externado de antaño es el responsable de que los estudiantes, con contadas excepciones, se muestren apáticos, desentendidos de lo que pasa en su Universidad. Viven de afán, comparten poco y debaten menos. Y, me convenzo, nostálgico y de pronto equivocado, de que el chat, el Facebook y las redes jamás lograrán lo que lograba La Plazoleta. Ojalá en este 2019, que pinta convulsionado, logremos tener de nuevo una buena Plazoleta, así sea virtual.
PD. Rechazo total al terrorismo. Solidaridad con las víctimas de la Escuela General Santander. Jóvenes cadetes. Estudiantes primíparos llenos de ilusión que apenas comenzaban a vivir. Colombia nunca se ha arredrado ante los bárbaros y esta vez no será la excepción.
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