• 2024-12-14
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La burocratización de la docencia

Buena parte del trabajo de los profesores universitarios se desperdicia ahora rellenando formularios inútiles.

Por: Néstor Osuna.
Profesor ordinario de la Universidad Externado de Colombia.

Ironías de la vida: en mis recuerdos aún está la sensación de conmiseración burlona con la que solía recibir la queja furiosa de colegas que trabajan en universidades distintas al Externado, por la pesada y descerebrada “tramitomanía” que acompañaba el desempeño de sus funciones. Iluso yo que pensaba que una de las ventajas de las universidades privadas era la distribución racional del trabajo entre los docentes y los trabajadores administrativos, en virtud de la cual los primeros se dedican a investigar y a enseñar, y los segundos a tener al día los trámites necesarios para que la universidad pueda fluir, todo en beneficio de los estudiantes. No. Las cosas ya no son así.

De mi memoria no se borra el lamento de un buen amigo madrileño que llevaba muy bien las cuentas: por cada hora de clase impartida requería de hora y media para rellenar unos formularios en los que debía anotar, con la ortodoxia del lenguaje indescifrable de los pedagogos, aquello que iba a tratar en la clase, con los objetivos, las “competencias” y la bibliografía de cada sesión, así como con la especificación de las estrategias didácticas que se emplearían para cada “sub-ítem” de la exposición, y luego de la clase, con milimétrica simetría, anotar en otro formulario lo que había hecho durante esa hora, con anotación, eso sí, de los logros y el plan de mejoramiento.

Néstor Osuna, profesor ordinario de la Universidad Externado de Colombia.

No se diga ya si se trataba de investigar, porque entonces por cada página de un artículo científico se le iban dos de trámite burocrático, en las que debía emplear un lenguaje aún más intragable. Hoy me toca consolarme con pensar que mi amigo es un poco neurótico, porque a nadie con salud mental se le ocurre llevar semejantes cuentas, pero tengo que admitir que cada vez pierdo más tiempo (sí, es una pérdida), llenando formularios, encuestas, currículos e informes en los que me piden siempre la misma información que la universidad ya tiene, eso sí en formatos distintos cada vez, pero siempre con la previsión de que se trata de una tarea trascendental y que nadie más que yo puede adelantarla. Además, me ha tocado enfrentar la hostilidad insolente de las plataformas informáticas que emplea el Externado para cosas tan sencillas como anotar la asistencia o las calificaciones de los estudiantes, o para sugerir en un aula virtual una lectura o un ejercicio para una clase. ¡Debe ser una venganza más de este fatídico año 2020, por haberme burlado de los colegas!

Pero hablando en serio, ¿En qué momento las universidades, incluida el Externado, se dejaron embaucar en esta maraña? ¿De cuándo acá se le da tanta importancia a esas parrafadas insulsas que hay que anotar en el programa de cada asignatura bajo las rúbricas de “objetivos generales”, “objetivos específicos”, “objetivos de enseñanza” (¡aunque no lo crean, son tres cosas muy distintas!), “estrategias didácticas”, “competencias”, “resultados del aprendizaje”, “valor agregado” y cosas por el estilo? ¿En qué momento el sistema educativo se diluyó en unos informes larguísimos que tienen que presentar las universidades para obtener sus licencias de funcionamiento, en los que no puede haber ningún párrafo redactado con claridad sino una jerga incomprensible que pretende presentar como novedosos los lugares comunes de cualquier centro de enseñanza?

A mi modo de ver las cosas, eso se llama deshumanización de la pedagogía y burocratización de las universidades. Probablemente no se pueda hacer mucho en estos tiempos para evitar las horas perdidas de informes rutinarios, pero al menos hay que denunciar que ese desgaste es inútil y que así no se mejora la calidad de la educación superior.

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