La pócima envenenada de exámenes no acumulados
La imposición de la saliente decana de Derecho de reducir los exámenes, solamente a las materias nuevas para que no haya pruebas acumuladas, con la excusa de facilitar el rendimiento de los alumnos, es un imperdonable yerro. Imponerles a los profesores cómo evaluar a sus estudiantes amenaza la libertad de cátedra y se convierte en un factor que amenaza el prestigio y competencia de los estudiantes.
Por: Ramiro Bejarano.
Profesor emérito de la Universidad Externado de Colombia.
En términos académicos habrá que hacer un balance de lo bueno y lo malo que nos ha dejado esta pandemia del Covid-19 de la que no salimos aún.
Hay cosas buenas, como reinventarnos docentes y estudiantes en la virtualidad, lo cual ha sido un esfuerzo gigantesco para todos. No solo para los alumnos, quienes han puesto de su parte grandes sacrificios. También para los profesores, y lo digo en nombre propio. Dictar un curso entero sin ver físicamente a los destinatarios de nuestras reflexiones, escribir en la pizarra de zoom, hacer chistes sin saber si fueron entendidos o si gustaron, en fin, hablar por largas jornadas sin tener la certeza de si la disertación gustó o no. Pero como no hay placer superior a dictar clase, esa tarea ha valido la pena. Hemos hecho historia todos. Cuando esto pase y vengan nuevas generaciones tendremos para decirles con orgullo que somos sobrevivientes de una pavorosa pandemia que por poco acaba también con la vida universitaria.
Pero también ha habido cosas no tan buenas y casi que malas. Por ejemplo, el esperpento de reducir los exámenes solamente a las materias nuevas, para que no haya pruebas acumuladas, que se acuñó dizque para facilitar el rendimiento de los alumnos, es un craso e imperdonable yerro.
Lo primero que ultrajó este nefasto sistema de exámenes no acumulados fue la libertad de cátedra, tan caro para nuestro credo fundacional del Externado. En efecto, una garantía democrática y pluralista de una enseñanza que se supone libre es la de que el docente pueda definir el mejor sistema para comprobar si sus alumnos adquirieron competencias e idoneidad en su materia. Imponerles a los profesores el temario sobre el cual deben evaluar a sus alumnos es una intromisión bárbara en el sagrado derecho de ejercer la libertad de examinar, que es parte de la de cátedra.
La manera de ayudar al estudiantado durante la pandemia no es relevándolos de los esfuerzos que todos hemos tenido que hacer para no dejar morir nuestra Universidad, sino manteniendo el mismo nivel de exigencia aun en medio de las dificultades. En el caso de mi materia de Derecho Procesal Civil Especial, el “hallazgo” de no acumular materia para los exámenes se traduciría en que para el examen final solo podría preguntar lo que me resta explicar en dos o tres clases finales y no sobre la totalidad de la materia. Si se trata de ayudar a los alumnos, el camino es ofrecerles espacios más amplios que les permitan estudiar todas las asignaturas, en vez de proponerles que estudien menos. Eso solo podía ocurrírsele a quien, no solo no tiene claro el concepto de las libertades públicas a las que nos debemos los hombres y mujeres de nuestro Externado, sino que tampoco conoce a fondo la vida universitaria.
Es más, esa solución brutal de reducir el temario de exámenes está muy relacionada con el descenso dramático en los resultados que están mostrando nuestros egresados de la Facultad de Derecho en las diferentes mediciones que han venido haciendo en los últimos tiempos distintas organizaciones. En efecto, si los profesores seguimos siendo los mismos, si los alumnos están cursando las mismas materias y siguiendo idénticos programas ¿Qué es lo que está pasando para que hoy los abogados del Externado no clasifiquen entre las diez primeras universidades, cuando hasta hace muy poco siempre estábamos en los tres primeros escaños?
Si lo que se ha cambiado es el sistema de evaluación, de manera que al final los estudiantes no son confrontados para que expongan un criterio amplio y suficiente de lo que aprendieron, sino lo últimamente visto, ello está fracturando el prestigio que habíamos ganado durante más de cien años.
Una Facultad de Derecho como la nuestra, donde tenemos cursos numerosos que impiden la comprobación permanente y rutinaria de lo alumnos, el examen final o acumulado se convierte en la más segura herramienta de ilustración para quien pretenda aprobar una asignatura y también para que el docente tenga la certeza de que sus conocimientos fueron efectivamente asimilados.
Es infortunado, por decir lo menos, que la saliente decana de la Facultad de Derecho, Adriana Zapata, en una actitud más prepotente que dialéctica, ahora esté recordándoles a estudiantes y profesores que los exámenes finales que muy pronto iniciaremos, no serán pruebas de todas las asignaturas, sino de lo que se haya visto luego del examen semestral o trimestral en adelante, lo que, se repite, conduce al ridículo de que en ciertas clases los alumnos tendrían que revisar solamente una o tres clases y relevarse de la carga edificante de confrontar y pensar sobre todo lo debatido y estudiado en un largo año académico.
Resulta inútil insistirle a la decanatura que revise tan deteriorante decisión, porque no ha oído ninguna razón, salvo la de su propia arrogancia de insistir en una medida que nos está conduciendo a la mediocridad. Eso es lo que no has dejado la pasada administración, si se quiere más grave y dramático que el déficit financiero que no ha sido capaz de explicar, pues de este hay como restablecerse, pero no del desprestigio académico.
Los estudiantes deben entender que el tal “beneficio” que se les ofrece de tener que estudiar menos por cuenta de las necesidades y dificultades de la pandemia del Covid-19, en el fondo y en el corto y largo plazo es un arma letal que los amenaza en su futuro profesional y en sus posibilidades laborales. Nunca antes la idoneidad y competencia de los abogados del Externado se había puesto en duda, solo ahora que en nombre del facilismo se les ocurrió entregarles a los alumnos un dulce envenenado para invitarlos a no esforzarse.
Tengo fe en los alumnos que he venido formando durante 45 años, y sobre todo en su pulcro sentido de la dignidad y la supervivencia. No es la hora de sucumbir sino la de sobrevivir sin comprometer la suficiencia y competencia que el país entero, incluidos nuestros malquerientes y envidiosos, no habían podido desconocer a los abogados etiquetados con la marca de ser externadistas.
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Por pensamientos como el suyo es que la carrera de derecho del Externado ya no es como antes. Los profesionales podran tener mucho contenido en la cabeza, pero se gradúan con problemas físico y múltiples afecciones mentales, como depresion y ansiedad. Nada mas revise a un par de estudiantes. Es qué acaso le parece que es mejor tener un buen abogado que se memorizo un año de su clase que un prfesional integro y saludable, con habilidades sociales y una vida de bienestar.
Es una mentira que seamos educados para la libertad, somos enseñados para ser evaluados por sus apetencias, amiguismos y preferencias.
Por esta y muchas razones es que es URGENTE una reestructuración del pensum, opiniones como la suya son obsoletas, la actuación de la decana en cambio es empatica y censata. Pensó en nosotros antes que en su propia satisfacción, aún asi usted se hace llamar PROFESOR, le preguntó, cuál es esa fé que profesa, además del culto a su yo.
Mi mejor profesor de toda la carrera, tiene toda la razón. El rigor para estudiar en los exámenes fue lo que me formó como Abogada.