Mi vaina con El Externado
Primero como estudiante, luego como graduado y hoy como profesor emérito exijo que la Universidad recuperé su institucionalidad y retome el rumbo del éxito que se ha perdido lamentablemente en los últimos años.
Por: Ramiro Bejarano.
Profesor emérito de la Universidad Externado de Colombia.
Mi padre fue abogado externadista, también lo es mi hermana. Crecí en Buga alimentando la ilusión de que algún día estudiaría en la misma Universidad donde mis mayores se habían educado. Corrían los finales de 1969, acababa de graduarme como bachiller y llegué al Externado
Antes he de referir que en 1968 conocí en Buga al entonces Ministro de Justicia, Fernando Hinestrosa, quien llegó a inaugurar una cárcel. No me era extraño su nombre porque desde niño y a pesar de que mi padre había muerto cuando yo tenía cinco años, sabía que habían sido condiscípulos de la promoción de 1951, en cuyo mosaico paradójicamente aparecen sus fotos seguidas. Recibí el abrazo cálido del doctor Hinestrosa y su alegría cuando le expresamos con mi hermana que nos proponíamos estudiar en su Universidad.
El 2 de febrero de 1970 llegué a Bogotá e inicié mi carrera de abogado, la cual fue un recorrido apasionante, porque además de encontrar profesores titanes del verbo y de la dialéctica como Gregorio Becerra, Luis Fernando Gómez, Alfonso Reyes Echandia, Daniel Manrique, Enrique López de la Pava y Samuel Finkelstein, para mencionar los que se vienen desordenadamente a mi memoria, tuve la fortuna de conocer un ramillete de jóvenes juristas que ya empezaban a brillar como docentes y abogados, como Antonio Cancino, Manuel Gaona Cruz y tantos otros que luego se volvieron imprescindibles en la historia del foro y la jurisprudencia.
Me hice abogado en unos años tempestuosos durante los cuales la protesta estudiantil era diaria. No hubo suceso que no hubiésemos discutido los estudiantes de entonces, ni huelga en la que no hubiésemos participado. Era otro país y un Externado distinto al de hoy.
Egresé de la Universidad acariciando el sueño de hacerme docente y de viajar a Francia, ninguna de las dos cosas fue fácil, pero lo logré gracias a mi recorrido académico, aunque en mi estancia en el país europeo no hubo beca alguna del Externado sino del Gobierno galo por cuenta de un suceso fortuito en el que intervine profesionalmente que me hizo acreedor a esa distinción.
Regresé de Francia a mi incipiente labor de docente y no he parado en ella ni siquiera en los agitados años en los que dirigí el DAS, entre 1994 y 1996. Me hice profesor titular, más tarde ordinario y hoy pertenezco a la honrosa legión de profesores eméritos, distinción que en los tiempos de este milenio poco o nada cuentan.
Soy, pues, testigo de excepción y protagonista de 49 años de la vida de esta Universidad, cinco como estudiante y el resto como profesor. No fui de la guardia pretoriana del Doctor Fernando, porque no me gustan esas militancias ciegas e incondicionales. Eso lo sabía él y en ese escenario me trataba con cariño, respeto y cordialidad inolvidable.
Muerto el Doctor Hinestrosa el panorama del Externado empezó a transformarse no precisamente para bien. Apenas cerrada su tumba convoqué a un mítin en la Universidad cuando a mi juicio se hizo notorio que la elección del sucesor estaba siendo manipulada. Esa noche curiosamente luego de esa reunión intempestiva pero que hizo historia, por fin el Consejo Directivo terminó ungiendo a Juan Carlos Henao como Rector por un período de seis años, reelegible sólo por tres, con lo cual se buscaba acabar con la equivocada postura de nombrar rectores vitalicios. Igualmente, se dispuso que el nuevo Rector no podría ejercer su profesión de abogado, salvo que el Consejo Directivo le extendiera autorización en los excepcionales asuntos en que decidiese intervenir, en el entendido de que iba a ser ocasional y no habitual.
Los primeros días de Henao fueron de incertidumbre pero posteriormente su rectoría terminó enredada en camarillas, decisiones privilegiadas, la pérdida de liderazgo y sobre todo extraviando el rumbo de una Universidad que se había caracterizado por honrar sus raíces contestarias. Fruto de esa crisis ha sido este periódico virtual, El Radical, que ya llega a su novena emisión, haciendo también historia.
La crisis de hoy es de todos conocida. Hay quienes sostienen que esto jamás sucedió en vida del Doctor Fernando, y la comparación es necia. Que en épocas del Doctor Hinestrosa nadie hubiese reclamado como hoy, no significa que todo estuviera bien entonces, sino a dos razones: la primera, que si bien existían también situaciones semejantes a las de hoy, el anterior Rector supo controlar los brotes de inconformidad y estuvo atento a que no crecieran; la segunda, se deduce de la anterior, quien le sucedió no ha tenido tacto ni prudencia en el manejo de sus responsabilidades, porque ha obrado con el criterio de privilegiar a quienes considera de su entorno y ha dividido la Universidad a extremos irreconciliables.
Esta crisis no cesa, ni cesará mientras las directivas no enderezcan el rumbo. No será con amenazas ni con emboscadas rectorales en los pasillos o en los salones, como las aguas agitadas deben volver a su cauce. Los externadistas estamos hechos de una fe indestructible en los principios. A eso le seguiremos apostando. Habrá dificultades para rato.
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