• 2024-12-23
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Auditoria secreta en el Externado

Se ha filtrado que fue un engaño y que no ahondó en los aspectos centrales del manejo de los recursos. ¿A qué le teme el Rector que no permite que se conozcan esos resultados? Los externadistas tenemos el derecho de conocer qué pasa.

Por: Ramiro Bejarano.
Profesor emérito de la Universidad Externado de Colombia.
Las cosas que pasan en el Externado son sencillamente de antología, o de no me lo vas a creer. La sombra larga y profunda de la corrupción asoma en los pasillos de la Universidad y cuando ello ocurre muy pocos exigen transparencia inmediata, porque los demás callan para que no les toquen sus privilegios. Las directivas de la Universidad inicialmente se resistieron a realizar una auditoria franca y transparente para sepultar los comentarios crecientes de que algo andaba mal. En su momento la excusa baladí para negarse a ser auditados fue la de que aquí nada había que vigilar porque todo estaba en orden. Después de muchas contradicciones, finalmente  de mala gana decidieron contratar una auditoria con la prestigiosa firma Price WaterhouseCoopers (PwC), la cual ha sido entregada recientemente al Rector y a la secretaría general como si se tratara de un secreto de estado. En efecto, las directivas una vez recibida la supuesta auditoria han decretado sobre ella un manto de silencio impresionante. Se sabe que los miembros del Consejo Directivo recibieron la tal auditoria con el compromiso de no hacerla conocer de la comunidad externadista. No se trata de un rumor sino de una verdad comprobada directamente por este columnista, pues a varios miembros de ese Consejo pedí la auditoria y reclamé su divulgación pero todos a una, como en Fuenteovejuna, se negaron a hacerlo, con el precario e inmoral argumento de que es materia reservada.
Ramiro Bejarano, profesor emérito de la Universidad Externado de Colombia.
Si la auditoria se realizó gracias a las exigencias de la comunidad universitaria que todavía clama por ese detalle mínimo de transparencia y rectitud, pregunto ¿Qué sentido tiene que ahora que se ha rendido por fin la tal auditoria, la Universidad opté por la ley de la omertá, para que nada se sepa, de modo que tampoco nadie pueda alzar su voz para pedir explicaciones o demandar investigaciones? Seamos serios. Si hubo una auditoria a los papeles de la Universidad y si todo está en orden, entonces ¿Cuál es la razón para que la conozcan unos pocos con el compromiso de que la guarden, para que los asustadizos o cómplices miembros del decadente Consejo Directivo se inflen sosteniendo que lo que tienen ahora entre manos es ultrasecreto? La Rectoría y la Secretaría General no debieron imponer semejante restricción de reserva a datos y conclusiones que son de interés de toda la Universidad. Han incurrido en un yerro imperdonable, que lesiona la imagen de la institución y deja en el piso sus prestigios. Pero lo que es peor es que el Consejo Directivo, integrado por docentes y estudiantes quienes se deben a la Universidad más que al sexto piso, sumisamente hayan sucumbido a tan arbitraria orden de mantener reservada una información a la que tenemos derecho todos los externadistas. Pero como al que no quiere caldo se le dan dos tazas, mientras las directivas hacen toda clase de maromas para impedir que alguien dé a conocer el trabajo que tan celosa y sospechosamente guardan en secreto, se filtran varios brotes de inconformidad con esa auditoría, porque no llenó las expectativas de un trabajo serio de esa naturaleza. Lo que fragmentariamente se ha filtrado es que la tal auditoria fue un engaño, que no ahondó en los aspectos centrales del manejo de los recursos, como, por ejemplo, sobre los pagos a trabajadores que prestan sus servicios a personas ajenas a la Universidad, tema respecto del cual ha quedado una duda gigantesca. En efecto, a pesar del hermetismo, se supo que la tal auditoria no pudo desconocer la existencia de ciertos pagos a un conductor que no presta sus servicios a la Universidad sino a alguien cercano a las directivas, y ante escandaloso hallazgo el Consejo Directivo no se estremece porque le parece un asunto de menor cuantía. ¿Quién es ese conductor y a quién le presta sus servicios, y por qué la Universidad tiene que remunerarlo? Y lo que es todavía más preocupante ¿Será el único caso, o se trata de una práctica inveterada? En suma, hubo una auditoria a medias que nadie puede conocer ni discutir, pues la que se presentó dejó muchas dudas y sinsabores, por lo cual sigue teniendo vigencia el grave interrogante de ¿A qué le temen ? Mientras tanto los externadistas seguimos reclamando nuestro derecho sagrado a saber qué pasa.

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