No a la ley de punto final
La actitud de taparse los ojos y hacer borrón y cuenta nueva no es la solución para resolver las diferencias que hoy tienen sumergida en una crisis institucional al Externado.
Por: Ramiro Bejarano.
Profesor emérito de la Universidad Externado de Colombia.
Me aterra pensar que la bandera del entendimiento que algunos amigos del Rector Henao y defensores a ultranza del decadente Consejo Directivo se esté blandiendo a partir de una postulación inadmisible. Algunas de esas voces se aproximan con lo que tiene más sabor de amenaza que de reconciliación a proponer que nos olvidemos de los malos ratos del pasado y que discutamos todo hacia el futuro porque se está haciendo mucho daño a la Universidad. Mejor dicho borrón y cuenta nueva, o en términos políticos, una especie de ley de punto final.
No sólo es inútil sino sobre todo inmoral pretender solucionar la grave crisis que atraviesa el Externado, que las directivas reiteradamente desconocen con el argumento de que la oposición son solamente cuatro gatos, pretendiendo echarle polvo a las justas reclamaciones que se han hecho. Esas peticiones públicas todas tienen justificación y en especial sustento ético inquebrantable e irrenunciable.
A nadie sensato y cumplidor del deber puede parecerle una aventura demandar a una administración que está perpetuada en el poder de la Universidad, el cual maneja a sus anchas y últimamente en tono creciente de arbitrariedad y persecución, que rinda cuentas de su gestión, que convoque a elecciones transparentes para que los representantes del profesorado en el Consejo Directivo puedan ser reemplazados, que abra espacios democráticos para que los puestos de comando en la Institución no sean distribuidos a dedo entre los consentidos del establecimiento rectoral, como ocurrió recientemente con la decanatura de Derecho, para solo mencionar unas pocas perlas de lo que es una crisis de proporciones preocupantes.
El discurso de quienes vienen implorando que guardemos silencio y que las aguas vuelvan al cauce de donde nunca debieron desbordarse, no es una salida perdurable ni segura para una Universidad que, como el Externado, además de estar urgida de pedir a sus dirigentes que no la administren como si se tratara de un jugoso bien relicto de una sucesión, requiere profundos cambios.
Está dicho que todos los externadistas queremos nuestra Universidad, pero hay diferentes maneras de quererla. A quienes prefieren apreciarla en silencio mientras son testigos mudos del derrumbe institucional, hay que respetarles esa actitud silente, porque en ocasiones ello hace parte del torrente sanguíneo de cada quien; empero, a quienes no podemos permanecer neutrales ante lo que sucede, porque eso es una forma peligrosa de tomar partido, invitamos la comunidad a perder el miedo, a despojarse de los mezquinos intereses económicos o salariales y reclamar el derecho a que el Externado de antaño resucite de entre las cenizas en que lo ha convertido el Rector Henao y su privilegiada casta de mandamases que como en las dictaduras se aferra ciega y obstinadamente al poder.
¿Ha sufrido deterioro la Universidad como consecuencia de esta crisis que manchó para siempre la actual rectoría? Sin duda, eso es imposible no verlo. Pero la solución no puede ser olvidémonos de todo, conversemos hacia el futuro y claudiquemos en las reclamaciones del pasado, y hagamos de cuenta que la administración sí rindió las cuentas que nunca ha rendido, que permitió la realización de una auditoria que tampoco dejó ejecutar, y que no se han repartido canonjías para mantener vigente un estado de cosas descompuesto que se hunde en el mar del descrédito.
Lo que ha pasado no es menos grave de lo que está por pasar si no se da un timonazo que sacuda las viejas estructuras personalistas de una Universidad que parece escudada en la estrategia de valerse de la honrosa memoria y nombre de un solo hombre, que en no extraviarse en la búsqueda del imperativo categórico de encontrar un destino próspero, pluralista, transparente, democrático, alejado de las castas familiares o los conciliábulos.
La administración del Externado de estos tiempos ahora invoca el artificio de la manipulación de encuestas, a pesar de que ninguna de ella da tranquilidad, pues, por ejemplo, las mediciones a varias de las facultades, no solo a la de Derecho, muestran que algo delicado está sucediendo. En efecto, mientras el Externado desfigura algunas estadísticas, la verdad en la realidad es otra. Y la forma de reconstruir el prestigio no es hablando de lo que fuimos, sino de lo que seamos capaces de hacer en los tempestuosos tiempos que nos tocará enfrentar.
Hay que cambiar el discurso. La solución no puede ser el “deje así” y sigamos para adelante. No nos lo perdonarían las futuras generaciones de los externadistas que aspiramos que vuelvan a tocar las puertas de la sagrada heredad. El futuro no se construye sino sobre la base de un pasado confiable y honorable.
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