Propuestas insólitas en el Externado
La Universidad tiene que aprender a vivir en democracia y no mantenerse anquilosada en decadentes soluciones que la conducen al atraso, como lamentablemente ya está ocurriendo.
Han pasado ya once meses desde que EL RADICAL abrió sus páginas para debatir y denunciar los inmensos males que aquejan a nuestro Externado. Entonces, creíamos ingenuamente que los vientos de división y disolución se despejarían muy pronto, y que las directivas encontrarían el sendero para que la comunidad externadista pudiera transitar de nuevo en paz. Pero no, nada de eso ha ocurrido. Por el contrario, cada vez es mas notorio el ambiente despótico que impera en la Universidad, cuyas directivas no rinden cuentas, no permiten que haya auditoria de la confusa gestión de estos siete años perdidos, tampoco convocan a elecciones para renovar las plazas profesorales en el Consejo Directivo y legislan arbitrariamente para torpedear el reglamento profesoral. Lo único que ha funcionado desde que estalló esta crisis es la reelección tramposa del Rector Juan Carlos Henao, aprobada a ‘pupitrazo’ sin abrir espacio a otras opciones.
No sería extraño que en esa tormenta de equivocaciones, las directivas sucumbieran a la tentación totalitaria de empeñarse en una reforma estatutaria para reimplantar el viejo y derogado sistema de garantizar indefinidamente la permanencia del Rector, o lo que es lo mismo, no someterlo a período alguno.
Hay quienes creen que la manera de ponerle fin a esta situación que amenaza la Universidad, es aclamar a Henao y convertirlo en vitalicio. Los tiempos del Rector perpetuo ya pasaron; nadie sensato puede estar dispuesto a patrocinar semejante aventura a la que se quiere regresar con el frágil argumento de que así era antes de Henao y todo funcionó a las mil maravillas.
El Externado tiene que aprender a vivir en democracia y no mantenerse anquilosado en decadentes soluciones que la conducen al atraso, como lamentablemente ya está ocurriendo. Si en otras épocas la Universidad hubiere mirado al futuro sin rendirle culto al destino de una sola persona, muy seguramente otra sería la historia actual y tendríamos un futuro pacífico y halagüeño.
Regresar a las rectorías sin período, como algunos lo acarician, ni siquiera sería el triunfo de la camarilla que hoy gobierna la Universidad, sino el inicio de la más segura y merecida disolución.
Y a lo anterior se suma otra idea que ya ronda en los pasillos siempre alarmados del Externado. Ante la resistencia de las directivas para renovar la planta profesoral en el Consejo Directivo de la Universidad, empieza a circular una propuesta indecente, por decir lo menos.
Algunos desprestigiados miembros del Consejo Directivo alimentan la ilusión de que en vez de convocar a elecciones para que todos ellos sean reemplazados y lleguen otros, fruto de una elección transparente y no la amañada que viene tejiéndose, solamente se llenen las sillas que han venido vacantes por muerte natural de dos de ellos y la anunciada renuncia de otro. El sustento de esta postura desnuda la decadencia de ese Consejo y de las directivas todas.
En efecto, quienes andan promoviendo este esperpento sostienen que dada la amplia experiencia de los miembros del Consejo Directivo, no le conviene a la Universidad sustituirlos por completo y prescindir de la sabiduría y luces de quienes durante 23 años han estado sentados en los mismos sillones impunemente. Según los ambientadores de esta tesis adoracionista, la Universidad tiene en esos envejecidos miembros del Consejo Directivo un tribunal de ancianos venerables que, como supuestamente todo lo saben, son imprescindibles.
La oferta trasciende la órbita del ridículo. La idea es permitir que haya unas elecciones acomodadas y también manipuladas para llevar al Consejo Directivo a otros como ellos, pero sin removerlos a todos para que todo continúe en sus manos y sigan siendo ellos, solo ellos, quienes decidan el futuro de una Universidad que no es obra y propiedad de una familia sino el esfuerzo centenario de generaciones de hombres libres que entregaron sus vidas al inmenso honor de ser profesores, como lo siguen haciendo muchos más.
Mientras tanto el rector Henao en tono nada convincente aprovecha cuanta ocasión se le presenta para arengar que es el capitán de un barco que va a puerto seguro, que esta crisis no existe, y que solamente unos pocos gatos o insensatos no creen en su gestión, por cierto pésima, tanto que ya hay cifras alarmantes frente a todo lo que está sucediendo en las facultades.
Vamos mal, muy mal, y sin posibilidades de rectificar.
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