• 2024-12-23
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De tiempo completo

El Rector del Externado se dedicó más a sus asuntos personales y profesionales que a gobernar una Universidad que pareciera estar en el limbo.

Por: Ramiro Bejarano.
Profesor emérito de la Universidad Externado de Colombia.
Hace siete años, apenas cerrada la tumba del doctor Fernando Hinestrosa, el Consejo Directivo que para entonces ya ajustaba quince años de haber sido nombrado, adoptó una reforma de los estatutos de la Universidad que ha cobrado trascendental importancia. En efecto, además de limitar el período del Rector a seis años, reelegible por tres más –lo cual dicho sea de paso fue groseramente violado con la última reelección express y casi secreta– la reforma estatutaria previó que la máxima cabeza de la Universidad sea de dedicación exclusiva a sus tareas universitarias, aunque quedó abierta una rendija para permitirle excepcionalmente asumir asuntos profesionales siempre con el visto bueno y previo del Consejo Directivo.
Ramiro Bejarano, profesor emérito de la Universidad Externado de Colombia.
Tan sana reforma estatutaria estuvo encaminada no solo a lograr la dedicación exclusiva del Rector, sino a poner a salvo a la misma institución de los avatares y controversias que suscitan la intervención en pleitos o controversias, tanto más cuando en ellas algunos o varios de sus protagonistas son entidades públicas. El Colegio Mayor del Rosario desde hace mucho tiempo adoptó la sana política de prohibir a su Rector desempeñarse en escenarios ajenos a los académicos. La experiencia con el actual Rector muestra que esa sana prohibición en la práctica ha tenido tantas excepciones que hoy son la regla general. Henao alterna sus labores académicas con los afugias de los expedientes unas veces como árbitro, otras como asesor y en no pocas como abogado litigante. No hago referencia, por supuesto, a su protagonismo en el proceso de paz, tanto que en la retina de los intérpretes no quedó claro si a ello se vinculó él personalmente o la Universidad. Por loable que fuese el propósito de sumarse al proceso de paz con las FARC, el cual además también he apoyado pública pero personalmente en todos los escenarios, no parece conveniente que quien tiene sobre sus hombros la responsabilidad de conducir un centro académico que alberga miles de profesores y otro tanto de estudiantes e idéntico número de opiniones y pareceres, se involucre en actividades donde no aparezca claramente delineada si es un empeño personal o una actuación en nombre de la Universidad que orienta. Lo que está en juego es la necesidad de que la autonomía e independencia de la cima de una Universidad, donde además los espacios de discusión no existen, es la urgencia de que esos baluartes no se vean alterados por virtud de mezclar la dirección universitaria con responsabilidades profesionales relacionadas de una u otra manera con litigios. En una reciente reunión de directores de departamentos de la Facultad de Derecho, el Rector mostró su resistencia cuando el suscrito hizo alusión a este asunto, y se esforzó en que quedara claro que cuando él se ocupa de menesteres profesionales lo hace con el visto bueno del Consejo Directivo, el mismo que ideó esta edificante reforma que sin embargo no se ha preocupado de hacerla respetable. Las estadísticas no muestran que esos encargos abogadiles de distinto alcance en los que públicamente se ha visto la mano del Rector, hayan sido ocasionales y esporádicos, como era el propósito inicial, sino que ya tienen una frecuencia mayor. Es evidente que los profesores también ejercen su profesión como abogados; empero, su situación no es la misma de quien funge como Rector, porque aquellos no comprometen el nombre de su universidad, que sí queda indisolublemente ligado a las acciones y omisiones de su máxima autoridad. Es explicable que un Consejo Directivo sin aire, como el que hoy secunda a Henao en todo lo que se propone, haya perdido impulso en relación con esta sana restricción de exigir dedicación de tiempo completo a quien goza del inmenso honor de ser Rector de la Universidad, cargo que por lo demás está suficientemente remunerado, pero no por ello la idea debe ser proscrita. Por el contrario, es la hora de volver absoluta esa prohibición de manera que el Rector no se le vea en pleitos, tribunales arbitrales, enconadas disputas litigiosas, ni en nada que se le relacione, sino solamente en el imperturbable paraninfo pulcro y libre de la inteligencia.

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