“Diez gatos”
Así nos llama el Rector del Externado a quienes decimos verdades incomodas para la Universidad. Esa frase despectiva y arrogante también es una forma de corrupción, al ignorar, minimizar o ridiculizar a los contrarios.
Por: Juan Pablo Estrada.
Profesor de la Universidad Externado de Colombia.
Tenía lista una columna acerca del deporte en el Externado, tema que me parece sensible y que está de moda por cuenta de los triunfos de nuestros deportistas que, casi siempre para lograrlos sacrifican la calidad de su educación superior a diferencia de lo que ocurre en otras latitudes, en donde el deporte universitario es la incubadora de campeones. Me ocuparé en la próxima edición.
Hoy debo dar cuenta de un par de temas que surgen de mi ocasional encuentro en Bucaramanga con el Rector Henao. Dejo claro que, durante sus épocas de becario en Francia, cuando fue mi profesor en posgrado y maestría, así como durante su periplo como Procurador Delegado ante el Consejo de Estado, tuvimos una relación más que cordial que incluso podría calificarse de incipiente amistad. Sin embargo, luego de nombrado Rector es la tercera vez que me cruzo palabras con él, a pesar de mis intentos fallidos de hace unos años por obtener una cita solo para saludarlo y felicitarlo. Uno en un entierro y otro en la Cámara de Comercio, y el encuentro del pasado viernes. A eso se ha limitado mi relación en estos años con Henao en el poder.
Me encontraba en uno de los salones del antiguo Hotel Bucarica a punto de iniciar mi clase en la especialización de Derecho Procesal Civil, cuando irrumpió –es la palabra exacta- el Rector, y desde la parte de atrás del salón me dijo “el Doctor Estrada, opositor y todavía no lo han echado del Externado”. Su sonrisa en la cara me aclaró, que no a los estudiantes, que no se trataba de una amenaza velada, sino de un chiste un poco flojo, con el que arrancó una franca y cordial conversación de casi veinte minutos.
No voy a incurrir en la ligereza de convertir en columna esa conversación privada, pero por su relevancia voy a tocar dos temas que salieron a flote luego del “saludito rectoral”, pues de ellos me he ocupado en esta columna en el pasado y han sido tema de varios editoriales de El Radical que he compartido en forma íntegra.
Ofrezco excusas a mis lectores si estas líneas superan el espacio habitual, pero el asunto lo amerita.
La Rectoría es de puertas abiertas, respeta, tolera y promueve la crítica respetuosa
No tengo duda de que esa sea la premisa, de labios para afuera. Pero los hechos son tozudos y demuestran lo contrario. La Rectoría sí tiene las puertas abiertas, pero no para los críticos, sino para los áulicos y aplaudidores, a quienes la lagartería los ha llevado incluso a anunciarse, abusivamente y desmentidos ya, como “voceros del Rector”. Ese es el precio que se paga por promover esos sistemas de poder casi monárquicos, en los que la cercanía con el “rey” hace poderosos a mediocres, promueve abusos y aísla al monarca, a quien solo le dicen lo que quiere oír. Si queda algo del Henao que conocí, debería pasar del dicho al hecho y promover un debate abierto y franco sobre el manejo y futuro de nuestro Externado, con reglas claras, temas definidos, desde luego en un ambiente propositivo y constructivo. Que nadie se llame a engaños, los Radicales nos debemos al Externado y solo queremos lo mejor para nuestra casa de estudios. Mientras ello no ocurra, quienes vemos las cosas de otro modo y no tenemos el privilegio de “entrar” a la Rectoría tendremos que seguirlas diciendo en otros escenarios, recibiendo el calificativo de opositores.
En el Externado no hay corrupción y esa es una acusación injusta y temeraria
Para abordar este tema lo primero que hay que tener claro es ¿Cuál es alcance del concepto de corrupción? Si incurrimos en el error de sostener que es solo apropiarse de recursos, pues sin duda quien esto escribe no tiene pruebas de que ello ocurra en el Externado –aunque seguimos sin conocer los resultados de la famosa auditoria y la anhelada rendición de cuentas, que podrían evidenciar otras cosas-.
Para no entrar en terrenos farragosos, me limito a la definición de la RAE. Corrupción es la acción y efecto de corromper. Depravar, echar a perder, sobornar a alguien, pervertir, dañar. La corrupción, en consecuencia, puede tratarse de una depravación moral o simbólica. Se corrompen las tradiciones, por ejemplo. Y ciertas afirmaciones en boca de un directivo del Externado contribuyen a la corrupción del respeto a la crítica, que en el Externado debe ser sagrado. La corrupción es también incurrir en “abusos del poder” para obtener ventajas ilegítimas y defraudar la confianza pública.
Puesto el concepto en ese contexto, legítimo y cierto, sí es posible sostener que en el Externado hay hechos de corrupción. Decir, por ejemplo, que quienes escribimos en El Radical lo hacemos porque queremos poner a Eduardo Montealegre de Rector, es una afirmación mentirosa que constituye corrupción, pues se falsea la realidad para buscar beneficios personales. Mantener como docentes a mediocres cuyo único mérito es su amistad con un poderoso, es corrupción; convertir una reelección en una prórroga automática del periodo rectoral, es corrupción. Minimizar casos de presunto acoso laboral y/o sexual, es corrupción. Repartir beneficios, becas y cursos en el exterior sin criterios objetivos, corrompe el sistema de méritos y mata la igualdad. No convocar a elecciones de Consejo Directivo sino para ajustar los cupos de los estudiantes, cuando el periodo de los profesores está aún más que vencido, es corrupción.
Todos estos actos y otros más que dejo entre el tintero, son corrupción porque echan a perder, pervierten y legitiman el uso abusivo del poder en beneficio de un interés personal y, repito, traicionan la confianza pública.
Mi conversación con el Rector concluyó como empezó. En efecto, le dije con franqueza que era mucha la gente que coincidía en las apreciaciones que le di. Sonriente me dijo desde la parte de atrás del salón con su inconfundible forma de hablar “son diez gatos”. Esa frase despectiva y ese convencimiento arrogante lo resume todo, pues es también una forma de corrupción, al ignorar, minimizar o ridiculizar a los contrarios para continuar ejerciendo un poder ilimitado y arbitrario. El Rector olvida que muchos callan para mantener privilegios.
Otros hablan, pero no de frente, y pocos decimos las cosas mirando a los ojos o firmando con nombre y apellido, porque nuestro estómago no está conectado a la sonda inagotable de la pagaduría del Externado y somos libres no solo para el discurso de liberalismo, que se debe publicitar, pero, sobre todo, ejercer sin atropellar.
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