La manía de la ingratitud
Profesor Titular de la Univeridad Externado de Colombia
“Desde 1977 han transcurrido 46 años, durante los cuales he sido docente de esta Universidad, exceptuando los años en los que estuve en Paris, no por cuenta de los prolongados auxilios del Externado, porque ninguno recibí ni pedí, sino con mis exiguos recursos y esfuerzos conseguidos en tiempos de penuria”
Completo casi medio siglo viendo transcurrir la época de oro de una Universidad donde se educaban y eran educadores los magistrados de las altas cortes, pero a partir de 2012 estoy siendo testigo – por fortuna ni mudo ni indiferente – del declive de esta Casa de Estudios.
Por estos días se desliza que el Rector Hernando Parra lidera una cruzada para ejecutar una purga de los profesores de antaño y sustituirlos por los de hogaño, en lo que podría denominarse el intercambio de generaciones y cédulas. Nada de raro hay en esa estrategia que en últimas lo que persigue es que la nueva nómina de amigotes le deba todo, exclusivamente, al rector Parra. Ojalá el relevo le sirva a la Universidad y no solo al nominador y a quienes ya andan ufanos de sus conquistas burocráticas.
No sería la primera purga ni la última. El reguero es bien largo y viene de vieja data pues algo parecido sucedió al final de los 60 siendo Rector el doctor Fernando Hinestrosa. En esa época en el camino quedaron muchos que a temprana edad académica fueron defenestrados porque algún chismoso, por allá en el año 68, propaló el cuento de que iban a tumbar al Rector y entonces los botaron sin haberlos oído y vencido en juicio. Se fueron y se hicieron respetables en otras universidades, como el inolvidable Jaime Giraldo Ángel y un grupo muy importante de profesores que fueron expulsados con el inri de haber intentado debilitar al Rector vitalicio, sin que fuese cierto.
En este medio siglo he visto cómo han ido cayendo profesores destacados en el mundo del derecho, quienes como en la Rusia estalinista han conocido la desgracia por cuenta del rumor, la intriga y han sido desplazados de la “nomenclatura” para ser enterrados en el más infamante olvido.
Muchos nombres cruzan mi memoria, empezando por Gabriel Escobar Sanín, el magistral profesor de bienes y contratos, un contestatario e iluminado del derecho civil, que con su desparpajo y originalidad encantó a todas las generaciones que fuimos sus discípulos. Tuve la inmensa fortuna de haber sido su asistente en la época en que quienes aspirábamos a ser docentes hacíamos cola pacientemente no propiamente en la antesala de la Rectoría -como hoy- mientras nos preparábamos en el difícil arte de enseñar. Sus clases eran siempre memorables, y también recordadas sus impecables críticas a las sentencias de la sala civil de la corte que luego se convirtieron en acatadas jurisprudencias. Un buen día algo pasó en la cúspide de la Universidad, pero nunca se supo qué fue. Al parecer, Escobar Sanín protestó por la exigua remuneración que recibía y eso bastó. Se marchó sin despedirse de esa muchachada a la que también le dedicó los mejores años de su vida. Murió ignorado por el Externado, aunque no por todos los externadistas.
Más tarde llega a mi memoria Luis Fernando Gómez Duque, un extraordinario filósofo del derecho, también libertario y crítico. En alguna efeméride o acto de aquellos que se convocaban en los 80, fue encargado de llevar las palabras en nombre del profesorado y quienes lo oímos quedamos estupefactos. En aquella inolvidable ocasión Luis Fernando se atrevió a hablar de la sucesión del Rector, y apenas la mera mención causó histeria, porque obviamente de ese encargo perpetuo era prohibido opinar, sobre todo en público. Los lisonjeros de siempre susurraron al oído sensible del Rector Hinestrosa que eso era parte de un complot, y lo cierto es que muy poco tiempo después también desapareció del firmamento externadista. Gocé del trato y talento de Luis Fernando, quien fue mi Presidente de tesis de grado, y por esa y muchas razones aún lo recuerdo con especial afecto. Sus últimos años los pasó refugiado en la Mesa (Cundinamarca) donde solía encontrarlo en actitud silente y cansina repasando lo que habían sido sus años bohemios y su vida académica, la que asumió con brillo reemplazando en la cátedra al Maestro Darío Echandía desde muy temprana edad y donde se destacó hasta que un buen día, en secreto, lo jubilaron. El día de su sepelio, su hijo José Fernando, también abogado de nuestra casa, me honró pidiéndome que dirigiera unas palabras a quienes lo acompañamos hasta su final, entre los cuales estábamos sus amigos y colegas del claustro pero nadie en representación de las directivas. Lo hice con la gratitud de quien solo así pudo rendirle merecidos honores a uno de los inolvidables de la tribu externadista, a quien tampoco le permitieron despedirse.
En los últimos tiempos vi marchitarse el nombre de Daniel Manrique Guzmán, mi profesor de comercial y sucesiones, un memorioso cultor del derecho civil y mercantil, el primer director del departamento de derecho privado, que al inicio albergaba lo que son hoy las cuatro unidades académicas de civil, comercial, romano y procesal. Manrique hizo historia durante los muchos años de cátedras mañaneras, en punto de las 7 a.m. y por sus evaluaciones siempre rigurosas. Le llegó la hora y también fue retirado sin saberse el motivo. Su muerte nos sacudió a muchos de sus discípulos y a quienes además privilegió con su amistad. En su retiro académico solía reunirme con el maestro Manrique, de quien hasta nuestra última entrevista confesaba que preparaba diariamente las clases que debía dictar de no haber sido retirado del oficio. Y era verdad. Cuando murió Manrique, le sugerí al Rector Henao que el Externado debía hacer un acto especial en su honor, pero el rencor pudo más que el deber. Fue imposible porque Manrique en ejercicio de su profesión como abogado representó al grupo económico que se enfrentó al otro en el que tenían intereses el Externado y su rector de entonces. Una contienda profesional pasajera pesó más que medio siglo de sapiencia y entrega externadista. Otro grande que se fue sin despedirse y que ni aún muerto le perdonaron su independencia y reciedumbre.
Nunca advertí rasgos de amargura en estos profesores alejados de su pasión de la enseñanza. En sus apacibles vidas de retirados de la “lucha de clases” no había fisuras ni tampoco resentimientos. Eso aprendí de ellos, y entonces viviré en paz cuando se me agoten las fuerzas. Esto, ni más, ni menos, anuncio anticipadamente a los traidores y oportunistas que aprovechando el ambiente de cocina que se respira en este nuevo Externado, hoy se solazan con mezquindad pidiendo a través de cartas privadas mi cabeza. Son “chacales dándole vueltas al odio”, como diría Martí.
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Cría cuervos……